jueves, 17 de junio de 2010

Cuando uno se enamora y empieza una relación con otra persona siente que esa persona es única, es perfecta, es especial... Pero en algún momento de la historia nos preguntamos sobre su pasado, si es tan buena, ¿porqué nadie se dio cuenta antes? ¿porqué otras personas la dejaron escapar? Tal vez no supieron valorar su valía o quizás nadie llegó a conocerla lo suficiente o no se paró a conocerla lo suficiente como para saber apreciarla realmente... Hay diversas posibilidades pero, ¿realmente sabemos valorar algo cuando lo tenemos? ¿sabría yo valorar lo importante que es esa persona o que puede llegar a ser para mí? Dicen que solamente apreciamos algo cuando lo perdemos; yo lo tengo claro, no quiero arriesgarme, en estos momentos sé que es lo suficientemente importante para mí como para ni siquiera intenter perderla y, en mi opinión, creo que eso significa que ya la aprecio lo suficiente.

Una opinión sobre la perfección

Perfecto... Una vez me dijeron que yo era perfecto, algo que negué con rotundidad, y no por ser modesto sino porque no me gusta la perfección: Todo lo que es perfecto implica monotonía, y no quisiera ser así. La perfección, además, implica también estar en lo más alto, en la cumbre, algo que tampoco me gusta ya que, al haber llegado a la cima solamente puedes bajar, y lo verdaderamente emocionante está en ir subiendo cada día, intentar superarse a sí mismo y no rendirse nunca en la escalada. Porque siempre habrá alguien un poco mejor, alguien que aunque no sea conocido puede ser o llegar a ser mucho mejor de lo que yo he sido nunca. Por tanto yo no soy perfecto, quizás sea el mas perfecto que esa persona ha conocido hasta ahora pero, en cualquier caso, siempre habrá otra mejor, aunque no se sepa quién es.

miércoles, 2 de junio de 2010

Un pétalo de amor

Aquella tarde ignoraba que mi vida estaba a punto de cambiar, él vino a buscarme, y esta vez me trajo una flor. Era dulce, romántico... especial. Me dió la flor y, mirándome a los ojos, me prometió que cada vez que arrancara un pétalo, él me daría un beso. Así pues, iba arrancando pétalos y él me iba besando hasta que llegó la hora de irse y sólo quedó uno. Él me dijo que guardara ese último pétalo para otro día, que debía irse corriendo porque era tarde. Insistió mucho en ello y al final me resigné, y me quedé sin beso y con una flor de un solo pétalo.
Al día siguiente me enteré de la noticia: él había muerto en un accidente de tráfico, lo había atropellado un borracho. Afligida, desilusionada y sin ningún motivo para salir de mi habitación, me encerré allí con la intención de no salir nunca. Fue mi culpa, yo insistí en que se quedara y por eso al final llegaba tarde y tuvo que salir corriendo. Nunca me lo perdonaré.
Mis padres insistían tras la puerta para que la abriera y saliera a comer, pero no tenía hambre, ni sed, sólo tenia ganas de llorar, de estar con él, de abrazarle y sentir mi cabeza en su pecho...
Un día después me decidí a salir a escondidas, me llevé la flor que me dejó y me fui a nuestro lugar. Me senté allí, melancólica, mirando la flor e imaginándomelo a él. Tantas cosas que habíamos vivido y se había marchado para siempre dejándome sola. Llena de desesperación, decidí arrancar ese último pétalo de la flor mientras una lágrima resbalaba por mi mejilla. Cerré los ojos con fuerza y dejé que el viento me meciera el pelo. De repente noté como si alguien estuviera a mi lado, estaba temblando, no quería abrir los ojos y sentir que, en realidad, no había nadie. Yo sabía que era él. Noté que me dió un beso en los labios y me dijo al oído “te querré siempre”. Después, presa de la incertidumbre, abrí los ojos y, como sospechaba, no había nadie.
¿Fue mi imaginación? ¿Mis sentidos me habían engañado? No. Yo sabré siempre que aquello fue real, y que él vino y cumplió su promesa de darme un beso por cada pétalo, incluso cuando ya no había esperanza de que viniese, que él estuvo allí, conmigo, en nuestro lugar. Besándome y susurrándome al oído. En aquel momento supe que debía seguir mi camino y que él se convertiría a partir de entonces en mi ángel, y me cuidaría hasta que volviera a reunirme con él y, así, estar juntos de nuevo para siempre.

martes, 1 de junio de 2010

Adicto

Hola, me llamo Abraham y soy adicto; pero no quiero dejar mi adicción, porque me encanta. Soy adicto a los susurros, a las caricias, a SUS caricias, a sus labios, a sus ojos... Me tiene atrapado y no me suelta, pero yo tampoco quiero irme, me tiene dominado, soy suyo. Puedo incluso a llegar a perder los sentidos con solo una mirada suya, en esos casos ya no hay control, me descontrolo y mi mente vuela, los latidos de mi corazón se aceleran. Otras veces me siento un niño pequeño y sólo quiero jugar y jugar y jugar... y nunca me canso de hacerlo. Enjaulado dentro del paraiso, pierdo la noción del tiempo. Da igual que esté bien, da igual que esté mal, cuando la veo y mi adicción surge todos los problemas se van y me quedo a solas... a solas con ella. Es la mejor adicción del mundo, LA ADORO.

El secreto

(Estos versos los escribí hace algún tiempo y poseen un secreto. Ese secreto está oculto en un texto que escribí también hace tiempo... Quien lo averigüe, sabrá quién ocupa mi corazón)

Aunque mi corazón se vuelva turbio,
banal y triste alma atrapada, en
rabioso y agitado cuerpo, de
ansia viva desesperada.
Habiendo habido amor ya ennegrecido
ahora, solitarias briznas de aire quedan
muriendo en un abismo sin sentido,
y solo una persona veo a mi vera.
Antes de que ella también parta
lejano y sombrío observo mi futuro,
muy pocas cosas le pido a mi alma,
un poco de cariño en este tiempo tan oscuro.