En mi habitación existe un microclima, sí. Está lloviendo
fuera, caen esas pequeñas lágrimas frías del cielo que me recuerdan siempre a ti,
las veo caer gota a gota desde la farola que emana esa luz amarilla justo en
frente de mi ventana. Y dentro la calidez me inunda, la madera del suelo, de la
puerta, de los muebles está caliente debido al cielo azul y al sol de mediodía,
bonita combinación por supuesto. Pero existe un pequeño espacio entre las
cristalinas ventanas y las contraventanas de madera donde no se está ni tan
cálido ni tan frío, y ése lugar, oh dios, es perfecto para escuchar el mágico
sonido que proporciona la lluvia cayendo sobre mi ventana. No sé cómo me llegó a gustar tanto ese sonido, no alcanzo a recordarlo, pero ahí lo tengo y me apena que pueda parar o aminorar. Supongo que la lluvia permite que aflore en mi interior un estado de melancolía diferente, no triste ni taciturna, sino simplemente un ensimismamiento que me proporciona una simple sonrisa extraña y muchos recuerdos, del pasado e incluso del futuro.
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