domingo, 15 de junio de 2014

Era de noche. Y no queríamos dormir...

Allí estaba yo, mirándola como quien mira un cuadro enorme lleno de detalles, absorto... Ella tenia ese increíble vestido negro ajustado y, al acariciarla, casi parecía que estaba tocando su piel cuando realmente tocaba el tejido que estaba encima de sus caderas, con ese pelo rizado igual de negro que su vestido, esa sonrisa única y esos ojos tristes marrones... Supongo que me siento débil ante los ojos tristes, y me enamoran demasiado...
Y por una vez yo parecía estar a la altura, aunque nunca lo hubiera estado, pero ahí estaba yo, con mi camisa y mi corbata morada, tan elegante que ni yo mismo me hubiera reconocido, ni yo mismo... En aquel balcón donde conversamos nuestra última noche sobre lo difícil que era encontrar a alguien tan estúpido y con esa locura tan curiosa y tan característica que tienen tan pocas personas. Ese tipo de persona que nos encantaba a los dos... Y hablamos hasta que vislumbramos ambos un atisbo de lágrima en los ojos del otro, en ese momento decidimos parar, decidimos despedirnos, juramos reencontrarnos y prometimos no olvidarnos.

A veces, en los pueblos pequeños (y no tan pequeños) existen aceras tan estrechas que uno se ha de plantear bajar de ellas y caminar por la carretera, y son en esos momentos en los que nos perdemos la magia de las personas diferentes que se atreven a seguir caminando por ese diminuto paso, buscando encontrarse de frente con esa persona tan estúpida y con esa locura tan curiosa que les haga vivir, pero de verdad...

No hay comentarios:

Publicar un comentario