viernes, 10 de enero de 2014

- Hoy, mi plan era salir, beber, el rollo de siempre... pero ese rollo se ha adelantado y he llegado a casa bastante temprano, con una chica con la que he paseado y conversado a una temperatura más que agradable, y al llegar a casa hemos elevado algo esa temperatura, quizás fuera por el calor que desprendían las cenizas, por el humo que exhalábamos de nuestros pulmones, por esos besos que acabaron siendo piel con piel, o piel dentro de piel... y después, como antaño, acabamos viendo una película de esas que tampoco se acaban de ver del todo, hasta que ha sonado el teléfono bien entrada la noche, y yo me vestía mientras una voz enérgica gritaban palabras que me resultaban lejanas. De modo que nos hemos ido, y con las calles empapadas hemos cruzado una ciudad desierta y húmeda hasta su destino. Mi camino acaba y comienza aquí, ahora que ha vuelto a llover, y en la puerta de una casa a la que no quiero entrar me encuentro empapado pero sin frío, acalorado; me hierve el alma tanto que si pudiera mostrar las gotas de agua que me rodean se evaporarían antes siquiera de tocarme, pero siento que he de volver.
Mi habitación huele a ceniza y humo, mi garganta se resiente, me cambio de ropa y miro por última vez ese reflejo en el espejo, con la habitación desordenada de fondo. Comienza a llover fuera. Me encantan esas pequeñas gotas que suenan sobre mi persiana, como si alguien llamara desde fuera deseando que salga a la calle, a mojarme de nuevo y sentir la lluvia. Es suficiente, hoy muero un poco más tarde, o más temprano, según se mire...

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