martes, 21 de enero de 2014

El infierno no está en el remordimiento, sino en el corazón vacío.

Yo no dije nada, no la besé, no la abracé. Salí aquel sábado del apartamento sin dar ningún portazo y me fui a dar una vuelta por el pueblo. No quería decir cosas de las que después me iba a arrepentir. Me senté en un banco algo escondido en un parque y me permití dejar caer alguna lágrima. En aquel momento yo intuía que ella no me quería, porque no podía dejarlo todo por mí y venir conmigo, a pesar de haber declarado que yo era el amor de su vida. Y no me enfadé, hubiera sido inútil ya que no habría nada que hacer...
Yo sabía que si la situación fuera al revés y ella me lo pidiera, yo lo dejaría todo: familia, amigos... Todo... Porque yo no entiendo el amor de otra forma...
Después de un par de horas de pensar en todo lo que habría hecho yo si estuviera en su lugar me cansé, y se me ocurrió pensar qué podría hacer yo estando en MI lugar: ¿Qué dejaría yo por ella? Yo no tenía la necesidad de alejarme de mi familia o amigos, de algún modo ya lo había hecho, pero yo aun así la amaba.
Volví a casa pero no había nadie... No pude decirle que la comprendía, ni siquiera pude pedirle una vez más que se quedara, ni siquiera pude llorar mientras la abrazaba en la despedida, ni siquiera pude hacer el amor con ella la última noche... No pude hacer nada. Cuando llegué al piso ella se había ido, y una carta muy breve, demasiado breve, ocupaba su lugar. La leí y la rompí.

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