sábado, 4 de enero de 2014

Feliz y lujurioso año...

Aquellos que suelen compartir su vida conmigo, a menudo ocultos en las sombras y abochornados, saben que al llegar el fin de año suelo caer en una profunda melancolía, con oportunos momentos de lúcida euforia. En dicho momento llegan reflexiones audaces sin duda que retan a la razón:

Se dice que en estas fechas tan señaladas dicen que se produce el fin de una etapa... en fin, una patraña fantástica que muchos intentan unir con una renovación de la esperanza. ¿Porqué? Muy sencillo. El año nuevo nos permite el sutil y dulce engaño de que todas nuestras expectativas y proyectos pueden renovarse, que todo lo que dejamos pendiente puede realizarse en ese futuro que está en blanco. Me aventuro un poco más para hablar no solo de esos sueños, sino de cosas que no podemos definir, de el deseo inverosímil de que algo, aunque no se sepa bien el qué, cambie para mejor.
Pero esta mierda es todos los años igual, y ya algo ebrios y sin más compañía que la de una botellita de whisky barato, me doy cuenta que nada nuevo a pasado, ningún milagro ha ocurrido en nosotros ni, desgraciadamente, en la gente que odiamos, y la rutina empieza a devorarnos lentamente...
En definitiva, un día como cualquier otro, y no miento cuando digo que festejar lujuriosamente y alcoholizarse hasta confundir los labios de arriba con los de abajo no esta nada mal, pero tampoco conviene llegar al extremo de esperar milagros para el resto del año. Desde hoy, yo eludo cualquier planificación para este año 2014, a excepción de las que ya tenía, y brindo por esas personas que me condenaron y por las que aún me van a condenar y por la gente que me lee, que aunque no sean muchos, están tan locos como yo o lo estuvieron un día.

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