domingo, 16 de mayo de 2010

Sin título

Ambos estaban en aquel autobús. Él estaba en la penúltima fila, ella justo detrás. Estuvieron juntos tiempo atrás pero decidieron dejarlo, bien por celos, mentiras, terceras personas... nunca se supo verdaderamente lo que ocurrió. Era tarde, ella pensaba que él dormia plácidamente, no quería hacerle más daño, sabía que había sufrido mucho, y en aquella oscura esquina del autobus sucedió algo que jamás olvidaría. Inocente, ella pensó que se había vuelto a enamorar, aquel nuevo muchacho con el que se besó quizás fuera mejor que el que dormía delante suya, pero eso nunca lo sabría. El destino, Dios, o un fortuito bache en la carretera hizo que él se despertara. Se sentía solo y algo desorientado, fue entonces cuando lo vió y sintió cómo un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Aún la amaba, no había pasado tanto tiempo como para olvidarla, no, y no le parecía bien lo que ocurría en aquel lugar. Casi como un acto reflejo y sin pensar, manifestó su enfado con fuerza en forma de puñetazo directo a la mejilla del muchacho y volvió a su sitio.
La gente dice que esas cosas se hacen sin pensar, que se fabrican a raíz de la rabia y el enfado, y quizas fuera así; pero no, él no, no se sabe cómo ni porqué pero, al volver de nuevo a su sitio después de haber atestado el enérgico puñetazo, él pensó, y lo hizo sabiendo que aquel momento quedaría para siempre en su memoria, para bien o para mal. En ese momento único, no le embarga el temor ni la desesperación, simplemente es más consciente de todo cuanto le rodea, y comenzo a pensar... ¿se arrepentiría de lo que había hecho, o tal vez lo asumiría de un modo sensato? Un pensamiento se abrió paso en su cabeza: ¿se arrepentiría de no haber llegado aún mas lejos?
Y sin más dilación se colocó de un modo erguido y empezó a dar golpes contra el muchacho indefenso; él estaba de pie y, con esa ventaja, con ira, furia, con ese disgusto, y con total ensañamiento hacia su víctima le dejo un ojo morado, un diente perdido y un fuerte dolor de costado. Después volvió a su sitio con los nudillos de las dos manos doloridos y dos tristes lágrimas abriéndose paso en sus mejillas.
Esta historia no tiene moraleja, no hay final feliz. Sólo queda saber si él acabó cargando con el peso del arrepentimiento, si verdaderamente desearía cambiar lo que pasó en aquel autobús, pues bien, la respuesta es no, no se arrepiente de lo que hizo, pero tampoco le agrada tener el recuerdo en su mente, esa carga vivirá siempre con él, y cuando pase el tiempo y el dolor no duela tanto escribirá una carta en la que relatará esta historia como si fuera un cuento inventado que sólo él sabrá que es verdad y que es algo que nunca asumirá.

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